Aceptar que uno tiene un privilegio cuesta trabajo. La cosa es que cuando uno tiene un privilegio de cualquier forma está más cómodo, más seguro o tiene más de ciertas cosas que otros. Se genera deigualdad. Se genera violencia, enojo. Si uno no es consciente de este privilegio y de las consecuencias que puede tener ¿cómo lo va a cambiar?. El privilegio que en este momento no me puedo sacar de la cabeza es el privilegio que se nos da a los hombres por el simple hecho de eso: de ser hombres.

Ese privilegio que casi sin darse cuenta se inclucó y se quedó en mi. Y ese privilegio ha hecho que sin darme cuenta mantenga la violencia que mantiene el privilegio. Y bueno: ouroboros.

Aceptarse violento duele. Pero negar que esa violencia existe, que está en uno y que he violento solamente perpetuaría el daño que hacemos diariamente y nos mantendría tapando el sol con un dedo. La violencia contra las mujeres no es normal. Y sin embargo uno la repite de una u otra forma. Esto también es una disculpa pública a quienes he violentado en mi ignorancia.

Cada día estoy más convencido de que queda un camino largo por recorrer porque des-aprender cosas es más difícil que aprenderlas, especialmente cuando des-aprender también implica luchar por que no existan estos privilegios que uno ha aprendido tan internamente. Por eso vale la pena marchar y acompañar. Pero para esto hace falta ver a uno mismo y cambiarse. No quedarse callado también es dejar de darnos palmaditas en la espalda y confrontarnos frente al espejo. El esfuerzo valdrá la pena cuando las violencias más pequeñas y sutiles también se hayan acabado.